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12 de abril de 2012

¿Hombres y mujeres deberían percibir un salario idéntico?


En demasiadas ocasiones, imponer el bien produce incluso más dolor que hacer el mal. Eso sucede, por ejemplo, porque no siempre conocemos los efectos secundarios que producirá nuestra buena fe.
En otras ocasiones, producir un daño es la única manera de producir un bien mayor(imaginemos que queremos que la gente pueda estacionar su coche en el centro de una ciudad: a priori todos querremos que el aparcamiento fuera gratuito, pero ello solo provocaría grandes atascos y la seguridad de que nunca encontraremos sitio libre. La única forma de estacionar en el centro de una ciudad es imponiendo un pago por estacionar; una lógica que también se aplica a no construir más carreteras: cuantas más aparecen, el tráfico se incrementa, , así que se debe “fastidiar” al conductor con algunos atascos para que se lo piense mejor la próxima vez que quiera usar su coche).
Si nos ponemos a dilucidar los derechos de los ciudadanos en relación a su etnia, su sexo, su religión y demás factores, entonces las buenas y malas acciones todavía se enredan más, confundiéndose unas con otras. A fin de que, entre todos, podamos profundizar un poco más en nuestras ideas al respecto, hoy vamos a tratar un tema ciertamente peliagudo: ¿hombres y mujeres deberían percibir el mismo salario a fin de combatir las desigualdades laborales en relación al sexo?
Dejemos de lado por un rato nuestras ideas preconcebidas y vayamos al meollo.
Lo primero que deberíamos aclarar es si las mujeres SIEMPRE reciben un salario menor debido a su sexo y no a otras razones. En principio, si un hombre y una mujer hacen el mismo trabajo (con el mismo nivel de antigüedad, el mismo nivel de entrenamiento, etc.) deberían percibir el mismo salario (y lo mismo debería suceder en el caso de dos hombres o dos mujeres, aunque también se produzcan injusticias al respecto… lo cual debería hacernos sospechar que, tal vez, no todas las desigualdades salariales respondan a una discriminación sexual).
El problema es que hay algunos sectores laborales dominados casi totalmente por las mujeres, así que no hay hombres en estos sectores que sirvan como clase comparativa, con lo que es difícil aseverar si el bajo salario de una mujer en este contexto se debe necesariamente a una discriminación sexual. Para soslayar esto, se ha aceptado la afirmación discutible de que hombres y mujeres deben recibir igual salario por un trabajo de igual valor (entendiéndose “valor” como la conjunción de cuatro factores básicos: habilidad, esfuerzo, responsabilidad y condiciones de trabajo). A esto se le llama en Estados Unidos “valor comparable”, y en Canadá, “equiparación salarial”.
Si echamos un vistazo a las tablas comparativas de un informe de la Comisión de Derechos Humanos Canadiense, por ejemplo, descubriremos que el trabajo de recepcionista recibía un valor por puntos de 320, el mismo que el trabajador de un almacén. Sin embargo, el recepcionista tenía un sueldo anual de 28.000 dólares, y el trabajador de almacén de 33.000 dólares. Hemos de sospechar, entonces, que algo funciona mal. Quizá es que se está valorando más un trabajo masculino y físico como trabajador de almacén que un trabajo más femenino como recepcionista.
Sin embargo, este razonamiento tiene un punto débil. ¿Por qué las mujeres escogen un trabajo peor pagado cuando podrían ganar más siendo trabajadoras de almacén? La respuesta que enseguida viene a la mente es del tipo “es más difícil que el mercado laboral acoja a una mujer como trabajadora de almacén por pura discriminación de género”. Pero tal y como señala el filósofo Joseph Heath en su libro Lucro sucio:
Pero si ésta es la explicación, la forma correcta de combatir el diferencial salarial sería asegurar que las mujeres tengan igual acceso a tales ocupaciones, eliminar la discriminación a la hora de contratar. La manera más fácil de eliminar los guetos es facilitar que la gente salga de ellos. Pero, desde luego, es dudoso que muchas recepcionistas se interesen por trabajar en los almacenes. Una razón es que la gente tiene diferentes tipos de habilidades y gustos, y tiende a buscar un trabajo lo menos pesado posible, dadas sus preferencias. Los trabajadores del almacén y las recepcionistas no salen de las mismas bolsas de trabajo; las vacantes en un área no se llenarán de solicitantes de la otra. Puede haber una docena de solicitantes para cada trabajo vacante como recepcionista, y sólo dos o tres para trabajos en el almacén. Los trabajadores de almacén acaban siendo mejor pagados simplemente porque están en un mercado de trabajo menos competitivo.
Obviamente, la psicología social y la sociología son ciencias muy blandas y deben controlar muchas variables que aún quedan lejos de sus competencias, así que en ningún momento se afirma aquí que lo que sucede realmente en el mundo es lo que expone Josep Heath. Lo que se afirma es que no se puede inferir la presencia de discriminación por el simple hecho de que se retribuya el trabajo de igual dificultad con distintas remuneraciones. Lo que se afirma, en definitiva, es que las cosas no siempre son tan sencillas y básicas como parecen.
Pero lo cierto es que los salarios no solo se establecen en base a la dificultad de un trabajo o la habilidad requerida para llevarlo a cabo, sino también en base a si se requiere más o menos gente para desempeñar el trabajo en cuestión. Precisamente los trabajos esencialmente femeninos adolecen del mismo problema: mucha gente (mujeres) compiten por una oferta limitada de trabajo. Ello devalúa los salarios, independientemente de si existe discriminación por género o no.
De nuevo, si ésa es la situación, entonces no estamos tratando el problema con los mecanismos adecuados:
Desde luego, la limitación de las opciones de carreras profesionales que han tenido históricamente las mujeres es el legado de una discriminación en otros sectores. Las mujeres han hecho tradicionalmente ciertos tipos de trabajo porque se les negaban otras opciones. La solución, en cualquier caso, no es incrementar los salarios del sector femenino: precisamente, eso envía la señal equivocada. Se debe desincentivar a las mujeres a buscar trabajo en campos sobresaturados, no retribuirlas con salarios mayores. Los empleadores a gran escala, como el Gobierno, pueden igualar los salarios en algún grado (lo mismo que las universidades pueden pagar en exceso a los profesores de Filosofía), pero los efectos sobre los incentivos a menudo son perversos.
 Por ejemplo, si se paga mucho más a los médicos que a las enfermeras, también es porque toda una generación de mujeres que podían haber sido doctoras se vio forzada a trabajar como enfermeras. Los salarios de las enfermeras no ascendió, y las mujeres empezaron a desear convertirse en doctoras para ganar dinero. Hasta el punto de que ahora los hospitales están empezando a sufrir un déficit de enfermeras preparadas.
Ello, irónicamente, está provocando que los salarios de las enfermeras estén creciendo, al tiempo que decrecen los salarios de las médicos (en parte porque las médicos trabajan, de media, menos que los médicos). Como veis, las causas y efectos de cada acto son difíciles de gobernar e incluso de predecir.
Y no toda diferencia entre sexos se debe necesaria y exclusivamente a una discriminación por sexo.
Una vez eliminada la discriminación activa contra las mujeres en las escuelas de Medicina, la desigualdad de pago se elimina sin que haga falta tomar cartas en el asunto e influir en los salarios. Si hace 20 años hubiéramos incrementado artificialmente los salarios de las enfermeras, habría sido negativo para el objetivo más amplio de lograr la igualdad de género, en tanto que habría disminuido el incentivo que tantas mujeres jóvenes tienen para convertirse en doctoras.
Otro asunto que debemos tener en cuenta es si realmente las mujeres tienen las mismas ganas de trabajar y de ganar el máximo dinero posible que los hombres. Si no fuera así, entonces incentivar la igualdad salarial sería en realidad discriminatorio para que los tienen más ambición, pertenezcan al sexo que pertenezcan.
Este espinoso asunto ha sido tratado más ampliamente en el artículo ¿Por qué las mujeres perciben un salario inferior al de los hombres? (I) y (y II).
Recordemos que son estudios que no controlan todas las variables, pero precisamente por ello deberíamos ser cautos a la hora de inclinar la balanza de nuestra opinión hacia un lado u otro, y no dar las cosas siempre por sentado. De ello no se denota que seamos machistas o feministas, sino honrados intelectualmente.
Y ahora del dabate queda abierto.

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